DUELO CEREMONIAL POR LA VIOLENCIA

 

 

Húndete en la ceniza, perra de hielo,

Que te trague la noche, que te corrompa

La oscuridad; nosotros, hombres de lágrimas,

Maldecimos tu paso por nuestras horas.

 

Más que las sombras francas, como las minas

De un campo abandonado, furia alevosa;

La luz no te conoce, por eso estamos

Doblemente ofendidos de lo que escombras.

 

Por la sangre en el viento, no entre las venas,

Donde nazcas, violencia, maldita seas.

 

Caminamos desnudos hacia el destino,

Nos juntamos en valles de ardiente idioma

Y si la estrella olvida su edad sin mancha,

Si el fuego se abalanza con sed inhóspita,

Si el rencor enarbola ciegas repúblicas,

Cómo hablarán los días de justas formas.

 

¡Ah silencio infranqueable de los violentos,

nunca seremos altos si nos dominas,

nunca seremos dignos del aire inmune,

nunca seremos ojos llenos de vida,

sino que en lava inmunda vegetaremos,

entre un sol de gusanos que se descuelgan,

mientras la sangre brota de mil espejos,

oscureciendo el agua con sangre muerta.

 

Por la sangre en el agua, no entre las venas,

Donde nazcas, violencia, maldita seas.

 

No, no intentes doblarnos sobre otro polvo,

No sacudas las hojas de nuestras puertas,

Te lanzamos, hirviente, todo lo vivo,

Todo lo humano y puro que nos preserva.

 

No, no confundiéramos savia y vinagre;

Los ojos se te pudran, te ahogue el humo,

Las ciudades se cierren igual que flores

Inviolables al solo recuerdo tuyo.

 

Roja peste, violencia, nada ni nadie

Será habitante claro donde tú reines;

Desdichada agonía del hombre falso,

Húndete en la ceniza, sorda serpiente.

 

Las espaldas, los pechos te den la espalda;

Cierren tu paso frentes, ojos, ideas.

Es tiempo de sonidos que instalen música.

No, no asomes tu río de manos negras.

 

Por la sangre en el polvo, no entre las venas,

Donde nazcas, violencia, maldita seas.

 

Ah si el violento asume la ley del aire,

Si aprieta en hierro impuro vidas y haciendas,

Si desala sus pozos de hambre sin dueño,

Si desenfunda el cáncer de su inconsciencia.

 

Por el mundo, qué huida de espesos pájaros,

Qué castillo de savias que se derrumban;

En el río revuelto, redes sin nombre,

Y en la tierra apagada fieras que triunfan.

 

¡Pero no! Estamos hechos de sangre viva,

y de huesos más hondos que el desatino;

no hay vigilias que rompan alma de humanos,

ni cinceles, ni látigos, ni colmillos.

 

Húndete en la ceniza, perra de hielo,

Que te trague la noche que te procrea;

Por la sangre en el viento, no en su recinto,

Dondequiera que nazcas, ah dondequiera,

Sin descanso de estirpes, años y mares,

Sin descanso, violencia, maldita seas.

 

David Escobar Galindo